El secreto de la verdadera felicidad

¿Es realmente la gente en Nicaragua mucho más feliz hoy en día que hace unos ocho años? De ser así, ¿a qué se debe? ¿Y qué pasa con las personas en Ecuador, Chile, Uruguay y Perú?

Las cinco naciones latinoamericanas aparecen dentro de las 11 principales en el ranking de países donde la felicidad de la población más subió entre 2005-2007 y 2013-2015, según la última edición del Informe Mundial sobre la Felicidad. Inexplicablemente, Nicaragua aparece primero entre los 116 países calificados por su variación en la felicidad, mientras Ecuador ocupa el tercer puesto y los otros tres países los siguen de cerca.

Esto podría hablar muy bien de América Latina, hasta que miramos el ranking general de felicidad, y no el cambio en el nivel de satisfacción, para darnos cuenta de que Nicaragua palidece en una posición 48 entre 157 países y que Ecuador se ubica en el lugar 51. Los países latinoamericanos mejor ubicados en el ranking general son Costa Rica (14) y Brasil (17), aunque el territorio de Puerto Rico aparece en el lugar 15.

Tal vez no sorprenda que el listado lo encabecen Dinamarca, Suiza, Islandia y Noruega y que en el extremo opuesto figuren Afganistán, Togo, Siria y Burundi.

¿Qué nos dicen entonces estas extrañas conclusiones, al menos en lo que a América Latina respecta? El reporte, organizado por la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de la ONU, es un análisis de datos de miles de encuestas realizadas en cada país en forma anual durante tres años. Eso de por sí debería ser una señal de alerta. Es la madre de todas las encuestas, al basarse en alrededor de medio millón de otros sondeos, todos ellos propensos a errores y factores idiosincrásicos. Utiliza como criterios seis indicadores principales, conocidos como regresiones, que emplean un modelo conocido como escala de Cantril: PIB cápita, respaldo social, esperanza de vida saludable al nacer, libertad para tomar decisiones vitales, generosidad (al parecer eso hace realmente felices a las personas) y percepciones de corrupción. En otras palabras, es un sueño estadístico hecho realidad, y todos sabemos lo que eso significa. Una sarta de mentiras...

Sin embargo, el verdadero problema es que los factores mencionados no miden el nivel real de felicidad de la gente, ni siquiera entregan un indicio de ello. Obviamente, puede que tengan alguna influencia, pero la felicidad es mucho más compleja que eso, y para la mayoría de la gente depende mucho más de circunstancias particulares como familia, amigos, relaciones, situación financiera personal (en lugar de PIB per cápita), trabajo, intereses, el éxito de su equipo deportivo favorito, etcétera. Así, un nombre como el de Informe Mundial de la Felicidad es tremendamente inapropiado y por desgracia trivializa los factores extremadamente serios que afirma indicar, dando bastante material para que los medios de comunicación publiquen titulares frívolos como "Los daneses son las personas más alegres del planeta".

El objetivo de la "manía por la felicidad" era alejarse del simple uso del PIB per cápita como medición del bienestar, por lo cual resulta lamentablemente inadecuado. La tendencia se inició probablemente con el concepto de felicidad interna bruta ideado en 1972 por el rey de Bután. La idea era seria: presentar una alternativa al PIB que reflejara de mejor manera la cultura y los valores espirituales de Bután en lugar del desarrollo material. (Hoy en día, cuatro países –Bután, Ecuador, Emiratos Árabes Unidos y Venezuela– tienen ministerios de la felicidad). No es que sea algo malo, pero esos indicadores no deberían pretender medir la felicidad y deberían ser vistos como complementos del PIB y no como alternativas a él.