Globalización y populismo: una falsa dicotomía

¿Fue 2016 el año en que el populismo y el nacionalismo derrotaron a la globalización y el liberalismo? A juzgar por los artículos y opiniones de varios, podríamos inclinarnos a pensar que sí. Después de todo, Donald Trump está a punto de entrar a la Casa Blanca, el Reino Unido votó a favor de abandonar la Unión Europea y movimientos populistas de diversos colores políticos obtuvieron, por decirlo en forma suave, respaldo popular en toda Europa.

Pero la verdad, como siempre, es mucho más compleja. Los términos populismo y globalización se emplean sin estar claramente definidos y, a menudo, significan cosas diferentes para las distintas personas. Por ejemplo, la globalización se presenta en varios aspectos y es mucho más que acuerdos de libre comercio y lo que según los críticos equivale a sacrificar la soberanía mediante tratados internacionales. También comprende, entre otras cosas, grandes empresas que a menudo tienen más poder que los gobiernos —algo que aquellos de la izquierda liberal tienden a detestar— y aspectos más obvios como la internet, los viajes y los bienes baratos, cosas que solo algunos de los llamados populistas se arriesgarían a perder.

La cooperación internacional y el multiculturalismo son rasgos de la globalización que algunos consideran positivos y otros, negativos. Cosas simples como poder comer alimentos de casi cualquier país del mundo es otra característica de la globalización que la mayoría aprecia, pero que es mal vista por varios ambientalistas que creen que todos debemos consumir productos de origen local para reducir las emisiones.

Por su parte, el populismo tiende a relacionarse con jefes de gobierno aficionados que prometen al electorado cosas poco realistas y posiblemente perjudiciales y que, en algunos casos, recurren a mentiras descaradas para ganar en las encuestas. También puede involucrar a gobiernos que adoptan políticas populares en lo inmediato, pero que en el largo plazo resultan insostenibles y poco beneficiosas para la población, como los subsidios o dádivas perjudiciales desde el punto de vista económico (como ocurrió en Argentina y Venezuela). También implica a menudo jugar con los prejuicios y fobias de las personas para demonizar a las minorías (desde musulmanes a mexicanos por citar ejemplos recientes) y menospreciar la "corrección política" (que a fin de cuentas no es más que un código no escrito para evitar ofender a la gente). Sin embargo, sus raíces radican también en agravios genuinos y comprensibles de aquellos que el sistema ha ignorado o descuidado, como los desempleados, los mal remunerados, los desposeídos de las sociedades —en muchos casos— postindustriales, que ven con resentimiento enriquecerse cada vez más a los ricos. En otras palabras, las mismas personas que aquellos de la izquierda consideran también sus aliados naturales.

En el caso de Sudamérica, los movimientos populistas y socialistas han perdido terreno a lo largo de este año a expensas del ala liberal amiga del comercio, particularmente en Argentina y Brasil, con la salida de las presidentas Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff. Pero con todos sus defectos económicos y democráticos, el espíritu de cooperación y solidaridad internacional vuelve a los países "bolivarianos", encabezados por Venezuela, en algunos aspectos más cercanos a los globalistas que a los nativistas egocéntricos que exigen una categoría especial para los locales por sobre los inmigrantes.

En resumen, la situación no es para nada clara y si bien 2016 fue un año en el cual el populismo ganó terreno en determinados aspectos y la globalización se convirtió en algo mal visto, ambos conceptos no debieran considerarse como algo binario. La buena noticia es que los valores de tolerancia, inclusión, ausencia de prejuicios, respeto, etcétera, están más vivos que nunca. Feliz año nuevo a todos.