La elección en EE.UU.: ¿Es importante para América Latina?

Quien sea el vencedor en la próxima elección presidencial del 8 de noviembre en EE.UU., los habitantes de América Latina no debieran contener la respiración por el resultado.

Aunque cada vez luce más improbable, con un triunfo de Donald Trump no cabría esperar muchos intentos por establecer una relación fluida con la región. Si bien la retórica antimexicana -y antilatinoamericana por extrapolación- ha venido desapareciendo de manera apreciable en las últimas etapas de su campaña, los prejuicios que subyacen a esta claramente persisten. Tal vez en esa moderación de lenguaje Enrique Peña Nieto sí tuvo alguna influencia positiva sobre Trump luego de la reunión que sostuvieron en septiembre, a pesar de la andanada de críticas que recibió el mandatario mexicano en la oportunidad y que culminaron con la destitución del secretario de Hacienda Luis Videgaray. No obstante, si llega a la Casa Blanca, Trump no tendrá más opción que adaptarse a la realidad (el costo del muro no está incluido en el presupuesto del próximo año, como señaló el sucesor de Videgaray, José Antonio Meade, durante el debate sobre el presupuesto mexicano).

Es más, el efecto de expulsar a los inmigrantes indocumentados de EE.UU. no solo tendría devastadoras consecuencias para los países de América Latina, especialmente los de Centroamérica en lo que se refiere a remesas y deportación de personas hacia la violencia de la que antes huyeron, sino también tendría efectos al norte del río Grande. La economía estadounidense depende en alto grado de la migración, y especialmente de los hispanos, en términos laborales. ¿Cómo podrían las familias adineradas de California, Florida y otros estados remplazar a sus cocineros, jardineros y empleados de aseo?

En cuanto a Hillary Clinton, si bien cabe esperar una respuesta más mesurada, es probable que América Latina no sea mayor prioridad para ella y su atención se vuelque al Medio Oriente y a su enemigo jurado, Rusia. Por otro lado, es probable que adopte una postura más conciliadora con Cuba que Trump, continúe mejorando las relaciones, y logre incluso levantar el embargo. Es más, ambas candidaturas se muestran reticentes a negociar nuevos tratados de libre comercio, al punto que Trump prometió anular el TLCAN, que describe como el peor acuerdo de comercio de la historia y culpa por el éxodo de los empleos estadounidenses a México (algo que, por supuesto, no ha sido negativo para los mexicanos).

No es posible razonar con gente como Trump. Aparentemente su táctica es ser quien grite más fuerte y diga las cosas más escandalosas y más descaradamente mendaces, además de recurrir a insultos personales con la idea de atraer la atención. Los argumentos racionales no tienen cabida para él. Esta estrategia, según las últimas encuestas, parece estar jugándole en contra. ¿Pero son confiables las encuestas? Como demuestran los recientes referendos del brexit y del tratado de paz en Colombia, las encuestas pueden tener errores garrafales, especialmente en votaciones que tienen nulos o escasos precedentes, y la actual campaña en EE.UU. ciertamente no es similar a ninguna otra en la historia. La participación es crucial, ya que los sondeos de opinión arrojan resultados notablemente equivocados cuando se registran altos niveles de abstención. Trump declara que todas las encuestas son falsas y forman parte de una conspiración demócrata (presumiblemente también algunas que lo muestran a la cabeza) y, en una medida aparentemente ideada para guardar las apariencias en una eventual derrota, también sostiene que la elección está arreglada (a menos que gane, naturalmente). No obstante, muchos republicanos moderados prácticamente han abandonado a su candidato para concentrarse en mantener el Congreso.

Sin embargo, si bien América Latina no puede esperar muchas señales positivas del próximo presidente de EE.UU., el proceso de votación en sí mismo podría traer un beneficio indirecto. Por primera vez, la Organización de Estados Americanos fiscalizará la elección estadounidense, lo que permitiría descartar de una vez la excusa que han planteado Venezuela y otros países de la región para evitar que la organización inspeccione sus comicios en el pasado: "¿Si Washington no lo permite, por qué deberíamos permitirlo nosotros?".