Brasil , Venezuela y Ecuador
Opinión

¿La maldición del petróleo?

Bnamericas

Solo días después del devastador terremoto de 7,8 grados que cobró la vida de más de 650 personas en Ecuador, el FMI reveló una cifra que causó sorpresa, pues a su juicio la economía ecuatoriana anotará una contracción de 5% este año. Pocos meses antes, la misma institución había vaticinado una expansión de 0,1% para este año en el país. Ecuador se une así a Venezuela, donde la electricidad es tan escasa que el sector público trabaja ahora dos días a la semana y que debiera contraerse 8% en 2016, y a Brasil, que podría estar atravesando la peor recesión de su historia, como las economías de peor desempeño en la región.

Podría afirmarse que cada país, aunque en distinto grado, está sufriendo una suerte similar, lo que tiene que ver con su geología. Ecuador y Venezuela son las únicas naciones de América que pertenecen a la OPEP –Venezuela alberga un recurso petrolífero tan grande que el país podría producir en las tasas actuales durante cientos de años sin que se agote– y el hallazgo del presal de Brasil en las profundidades del Atlántico hace un decenio hizo pensar en riquezas insospechadas.

Contar con abundantes depósitos de petróleo es similar a tener el boleto ganador de la lotería. Sin duda alguna, el negocio del petróleo es el que genera la mayor cantidad de ingresos en todo el mundo. Las empresas que se dedican a él son más ricas incluso que varios Estados. El PIB de Ecuador bordeaba los US$100.000 millones (mn) en 2014, según el Banco Mundial, mientras que el mismo año la petrolera Royal Dutch Shell reportó ingresos por US$385.000mn. Pero, tal como suele ocurrir con quienes ganan la lotería, por lo general la oportunidad se desaprovecha.

En su libro The Oil Curse [La maldición del petróleo], Michael Ross, profesor de Princeton, atribuye este fenómeno a las propiedades poco comunes de los ingresos petroleros: escala, fuente, estabilidad y confidencialidad.

La escala de estos ingresos es monumental, mucho más grande que –por ejemplo– los ingresos de los metales. En promedio los gobiernos son 50% más grandes en países que poseen petróleo comparado con aquellos que no disponen del hidrocarburo, según Ross. Además, una importante fuente de dinero en los países petroleros es el recurso en sí, no solo los impuestos, lo que significa que los gobiernos no están pendientes de las necesidades de la ciudadanía, por lo que son menos democráticos. Los ingresos por concepto de petróleo son inestables, pues dependen de los a menudo oscilantes precios de los commodies, lo que dificulta a los gobiernos planificar y administrar presupuestos. Por último, la confidencialidad de los ingresos petroleros, en especial cuando hay empresas estatales envueltas, conlleva a que las transacciones se oculten y que los ingresos y egresos sean difíciles de rastrear, lo que se traduce en prácticas corruptas.

En el caso de los tres países, podemos ver evidencia de lo anterior: gobiernos que abultaron sus bolsillos durante el auge de los precios, ingresos extraordinarios, una crisis de democracia, un duro golpe cuando los precios se desplomaron y, por sobre todo, corrupción y falta de transparencia generalizadas.

Nuestro apetito por el petróleo sigue siendo voraz. Cada año exigimos más. La Agencia Internacional de Energía prevé que la demanda global de petróleo aumentará en más de 1 millón de barriles diarios este año y el próximo, a pesar de los sistemas energéticos que cambian con rapidez y del consenso mundial en cuanto a que el cambio climático es provocado por los combustibles fósiles. Así, la maldición del petróleo no es una plaga del pasado y seguirá repitiéndose una y otra vez si no se sacan las lecciones adecuadas.

En el capítulo final de su libro, Ross señala –de manera no tan convicente– que la manera de abordar lo anterior es tratando de alterar el tamaño, la fuente, la estabilidad y la confidencialidad del negocio petrolero. Esto, a mi juicio, debería incluir una normativa más estricta para garantizar la extracción sostenible del recurso, claridad en los contratos, compromiso con la transparencia y los principios democráticos, la creación de fondos de estabilización para asegurar estabilidad a futuro y un plan a largo plazo para disminuir la dependencia de los hidrocarburos. Algunos países han empezado a adaptarse, entre ellos Arabia Saudita. Y otros deberían seguir su ejemplo.

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