Los buitres vuelan en círculos

Los fondos buitres se han estado lamiendo los labios durante años ante la perspectiva de que Venezuela incumpla su creciente carga de deuda, con la esperanza de demandar al gobierno por el valor total de los bonos comprados con gran descuento en mercados secundarios, tal como sucedió en Argentina y otros lugares.

Hasta ahora, sin embargo, a pesar de las a veces ingenuas ilusiones de quienes esperan que el final esté cerca, el gobierno de Nicolás Maduro parece haber evitado el default, aunque ahora dejó en claro que de alguna manera u otra pretende "refinanciar y reestructurar" los US$89.000mn de deuda, y si eso no es posible —sobre todo por las sanciones de EE.UU. a cualquier compra de deuda nueva— un impago es tal vez inevitable. Mientras tanto, los tenedores de bonos han estado disfrutando las altas tasas de interés que pagan el gobierno y la petrolera estatal PDVSA.

No son solo los pagos continuos, aunque a veces retrasados (la eléctrica estatal Corpoelec también estaría atrasada en unos US$28mn), los que han sorprendido a los participantes del mercado hasta la fecha. Muchos consideran que la propia existencia del gobierno de Maduro es desconcertante, dados los calamitosos problemas económicos del país con la hiperinflación y la escasez de muchos productos básicos y medicinas. La economía dependiente del petróleo se ha contraído en más de un tercio desde 2014, mientras que la delincuencia se ha disparado. Sin embargo, a pesar de la mala administración y la corrupción, Maduro tiene claramente su apoyo incondicional, en tanto que las recientes elecciones de gobernadores —altamente sospechosas— demostraron cuán dividida está la oposición. Algunos de los vencedores contrarios a Maduro acordaron jurar lealtad a la poderosa Asamblea Constituyente creada por el gobierno, que usurpó los poderes de la legislatura controlada por la oposición, y otros boicotearon el proceso. Mientras tanto, Venezuela enfrenta una grave fuga de cerebros, ya que muchos de sus ciudadanos más instruidos huyen del país.

¿Qué debe hacerse entonces? Está claro que la oposición no está en condiciones de derrocar al gobierno —no existe un líder único al que respalden los detractores de Maduro— y la presión internacional de grupos como la OEA que piden elecciones libres y justas no muestra ningún avance. A pesar de su alcance limitado, tal como ha ocurrido con Cuba durante casi 60 años, las sanciones han servido al régimen como chivo expiatorio de los problemas económicos, mientras que Maduro ha ganado cierto prestigio en el extranjero por sus agudas refutaciones de las diatribas de Donald Trump. Sanciones sobre las ventas de petróleo podrían paralizar la economía dependiente de los petrodólares, pero tendrían ramificaciones y daños más extensos para los venezolanos comunes y corrientes, en tanto que un golpe ciertamente no es lo que el país necesita en este momento. ¿Qué tanto más, entonces, debe agravarse la situación para que los partidarios de Maduro, incluido el Ejército, lo convenzan de que las cosas deben cambiar?