OPINIÓN: EE.UU.-Cuba: ¿deshielo congelado?

Los comentarios hechos por el presidente cubano, Raúl Castro, en la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, cuando señaló que antes de poder establecer relaciones diplomáticas plenas con Washington, EE.UU. debe primero levantar el embargo comercial, pagar indemnización por el daño provocado al país y devolverle la base militar de Guantánamo, deben ser analizados con cierto escepticismo.

EE.UU. no tardó en rechazar la devolución de la base de Guantánamo, que es legado de la guerra hispano-estadounidense de fines del siglo XIX, mientras que el embargo no puede levantarse sin la aprobación del Congreso, lo que será toda una proeza si se considera que ambas cámaras son controladas por los republicanos.

¿Significa esto el fin del acercamiento entre EE.UU. y Cuba? Es poco probable, entre otras razones porque Cuba puede resultar enormemente beneficiada del histórico acuerdo anunciado en diciembre para restablecer lazos diplomáticos plenos, junto con el compromiso del presidente Barack Obama de trabajar para poner fin a los 54 años de embargo y promover un intercambio de prisioneros.

Después de todo, el embargo se diseñó para castigar el régimen de Fidel Castro y motivar su caída, mientras que Obama dijo previamente que no respaldaría terminar con el "bloqueo", como se le conoce en Cuba, a menos que se produjera un cambio político en la isla. Si bien Cuba ha abierto en parte su economía desde que Raúl recibió el cargo de su hermano Fidel, desde el punto de vista político los cambios han sido nulos.

El deshielo de las relaciones comprende aquello que los críticos de Obama describen como una serie de concesiones a Cuba sin nada a cambio, como por ejemplo el aumento de la cantidad de dinero que puede enviarse a los cubanos y permitir las exportaciones de equipos de telecomunicaciones y materiales de construcción, entre otros. EE.UU. acordó también flexibilizar las restricciones aplicadas a sus ciudadanos que deseen visitar Cuba, junto con permitir el uso de tarjetas de crédito y débito estadounidenses en el país caribeño.

Obama prometió también revisar la inclusión de Cuba en el listado de Estados amparadores del terrorismo, donde el Gobierno estadounidense colocó a la isla en 1982 y donde figura junto a Irán, Siria y Sudán. Esa decisión podría allanar el camino para el levantamiento de otras sanciones económicas o políticas.

A pesar de estas "concesiones", ¿equivale realmente el acuerdo a un cambio en la estrategia de EE.UU. con respecto a Cuba? ¿O es más bien el reconocimiento de que el aislamiento de La Habana no implicará cambios políticos, mientras que el fomento de los lazos económicos podría llevar al país comunista a su apertura –el uso generalizado de internet podría ser clave– y eventualmente a un cambio de régimen? Parece poco probable que Obama llegue a aceptar la existencia del régimen totalitario y, si bien puede que no lo diga en público, presumiblemente cree que el nuevo enfoque efectivamente se traducirá en un cambio.

Por lo tanto, el riesgo de parte de Obama es limitado si se considera el evidente fracaso de políticas anteriores y el hecho de que gran parte depende ahora del Congreso, mientras que el riesgo que enfrenta Raúl Castro es mucho mayor. El régimen cubano ha usado durante largo tiempo el embargo y la política estadounidense hacia La Habana como chivo expiatorio de los males del país, y como excusa para gobernar con mano dura. Si eso ocurre, el futuro del régimen comunista se verá amenazado. Ese es un riesgo que Raúl Castro –quizá incluso los dos Castro– debe conocer bien, tal como seguramente debe haber esperado la predecible respuesta de Washington a la demanda de Guantánamo. Por ello, si bien es fácil ser cínico y dudar de su sinceridad y voluntad para avanzar con este acuerdo, la valentía del líder cubano al ingresar en este período de entente con Washington es algo digno de reconocer.