OPINIÓN: Hágale honor a su apellido, señor Maduro

Sin entrar en los tecnicismos legales del caso o en la argumentación (si es que la hay), resulta completamente desproporcionada la sentencia de casi 14 años (13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas para ser exactos) dictada contra el líder opositor venezolano Leopoldo López por su presunta participación en la incitación de violentas protestas contra el gobierno en febrero de 2014, en las que más de 40 personas perdieron la vida.

Más aún, el juicio ni siquiera fue justo. Los procedimientos a puertas cerradas de un sistema judicial altamente politizado que está firmemente en manos del gobierno, la falta de testigos de la defensa (138 testigos de la parte acusadora, pero solo 1 para la defensa) y la falta de contacto entre López y su equipo jurídico en la fase previa al juicio (se le mantuvo en régimen de aislamiento durante la mayor parte de los 19 meses que había pasado en una cárcel militar antes del juicio) constituyen una burla de la Justicia.

Es de esperar, aunque sea una esperanza vana, que la sentencia se rebaje significativamente en el proceso de apelación. El gobierno del presidente Nicolás Maduro nunca ha perdonado a López por su supuesta participación en el intento de golpe de Estado de 2002 contra el antecesor y mentor del mandatario, el fallecido Hugo Chávez. Sin embargo, la sociedad venezolana está demasiado polarizada, por lo que ha llegado el momento de que Maduro haga honor a su apellido y se convierta en un líder responsable y que aproveche esta oportunidad para extender la mano a la oposición y otorgar a López un indulto presidencial, tal como hizo el expresidente Rafael Caldera con el "Comandante" Chávez tras su participación en un intento de golpe de Estado de 1992, o como el propio Chávez hizo con los conspiradores del golpe de 2002 al otorgar a la mayor parte de estos amnistía.

Por supuesto, es mucho menos probable que eso ocurra a que una apelación rebaje la sentencia de López o que incluso se revoque el fallo. Por desgracia, Maduro parece seguir un rumbo que implica encarcelar a figuras de la oposición y amordazar a las voces disidentes, mientras que la economía está sumida en una crisis cada vez más profunda en medio de una inflación galopante, la escasez de bienes básicos y la caída del precio del petróleo (el crudo representa más del 90% de los ingresos por exportaciones y casi el 50% de los ingresos fiscales). Todo lo anterior constituye una receta para el desastre.

Maduro enfrentará otra gran prueba para demostrar su voluntad de respetar la elección democrática y el Estado de derecho el 6 de diciembre, cuando los venezolanos acudan a las urnas para elegir una nueva legislatura. Las señales no son del todo buenas. El gobierno, por ejemplo, se niega a permitir que observadores de la Organización de los Estados Americanos supervisen el proceso (describiéndolos como turistas electorales). Es difícil acceder a encuestas de opinión independientes en Venezuela, pero todo apunta a que el movimiento opositor MUD obtendrá resultados favorables, y probablemente ganará, siempre y cuando el proceso sea transparente. Si el gobierno de Maduro trata de manipular las elecciones de la misma forma en que parece haber manipulado el juicio de López, el destino de la democracia en Venezuela será incierto.